lunes, 29 de agosto de 2011

Aquel hombre y sus seis mujeres

Aquel hombre y sus seis mujeres vivían juntos en una misma casa. Él a cada una de ellas las amaba por igual, y ellas lo amaban a él en igual medida; si las leyes se los hubieran permitido ya habrían celebrado seis matrimonios; no porque necesitasen de documentos que confirmaran su amor, sino simplemente para cumplir con las formalidades y tener todo en regla. Aun así, y aunque la dicha hubiera sido mayor con hijos, se sentían una familia de verdad, y como tal, nunca pensaron siquiera en mantener ocultos los lazos que los unían y su estilo de vida. Justamente ese estilo de vida sería la razón por la que las autoridades chilenas los deportarían a Perú, su país de origen.
Era un flagrante delito contra la moral, concluyeron aquellas autoridades, y de acuerdo con ellos estaba la profesora Espinoza, quien justamente se encontraba opinando sobre la noticia del momento al inicio de su clase de lenguaje para el primero de secundaria.
Entre sus alumnos estaba Rafael, quien tenía fija en la mente las imágenes que había visto por televisión de aquellos compatriotas llegando al aeropuerto Jorge Chávez. Verlos responder a la prensa le hizo sentir que, a pesar de las dificultades actuales que estaban atravesando, saldrían adelante. Los reportajes que contaban los detalles de la vida de ellos juntos, retratándolos como seres humanos con sus virtudes y defectos, no hicieron más que reforzar su opinión. Recordó entonces los otros reportajes, que con un discurso como el de la profesora, parecían olvidar lo que para él era lo más importante y lo más obvio. Se indignó. No esperó a que la profesora pidiera la intervención de algún alumno, y, permaneciendo sentado, la interrumpió:
-Pero si no le hacen daño a nadie, ¿cuál es el problema?, profesora.
La profesora Espinoza vaciló por unos instantes; le parecía tan obvia la respuesta a esa pregunta, que le sorprendió que se la hiciera el alumno que venía con las credenciales de haber sido el primer puesto el año anterior. Le respondió entonces que esas personas desafiaban abiertamente las normas de buena conducta de la sociedad, y que uno, en especial si se es católico, no podía quedarse quieto sin protestar.
-Aún no me dice a quién o quiénes les hacen daño, profesora- insistió Rafael.
Le quedó claro a la profesora que la pregunta anterior no tenía nada de inocente, y que era momento de bajarle los ímpetus a ese alumno. Con un tono de voz más severo, en vez de responderle esta vez, le cuestionó cómo era posible que, siendo alumno de un colegio salesiano, no pudiera darse cuenta de la forma constante en que esas personas ofendían a Dios, y del mal ejemplo que podría cundir si no…
-No está respondiendo mi pregunta, profesora- la interrumpió Rafael.
Esta vez la profesora Espinoza se enojó de verdad y le recriminó por su cada vez más insolente aptitud. Trató de hacerle sentir mal diciéndole lo decepcionada que estaba de él: el mejor alumno del sexto grado, que llegaba al primero de media muy bien recomendado por los profesores de primaria.
-Sigue sin responderme, profesora; y peor aun, ha cambiado de tema.
Rafael sería enviado directamente a la oficina del padre Rogelio, director del colegio, y sus compañeros no sabrían nada de él en los siguientes días que restaban de la semana. Especularían lo que habría pasado en esa oficina, asombrados por el giro en 180 grados de la personalidad de su compañero, quien hasta tenía ganada cierta fama de lambiscón de profesores y curas, y que hacía unos meses nomás, en la clausura del año escolar pasado, subía al estrado a recibir su diploma.
El lunes siguiente Rafael regresó, y no tuvo problemas en poner al tanto a sus compañeros, aunque, les advirtió, no había mucho qué contar en sí: al igual que con la profesora, él no hizo más que repetirle la misma pregunta al director, varias veces porque éste no le podía dar una respuesta clara y directa. El padre Rogelio perdió la paciencia y mandó a llamar a sus padres. Entonces, se produjo un “todos vs. Rafael”, que tuvo como resultado que lo suspendieran hasta ese día lunes.
-Pero es que díganme- continuó – ¿qué tiene de malo que un hombre viva con varias mujeres, todos de acuerdo y felices, y sin hacerle daño a nadie?
Quienes lo escuchaban se miraron entre sí sin saber qué responder, hasta que Sebastián, uno de sus mejores amigos, dijo:
-Nada…- Rafael se emocionó porque creyó al fin haber encontrado a alguien que estuviera de acuerdo con él, pero… - porque imagínate lo rico que debe ser vivir con seis mujeres a la vez.
Todos rieron. Rafael, desilusionado, fingió. 

domingo, 21 de agosto de 2011

Dos sketches

[O mejor dicho dos ideas para dos sketches. A veces escribo cosas así. No pensaba publicar este tipo de material pero esta semana tiempo para cuentos no he tenido, así que no me quedó otra que recurrir a mis otros archivos.]

La compañía de seguros

Espere. Antes de que cambie de canal pensando que somos una aseguradora más, déjenos decirle que no es así; que nosotros sí somos diferentes. Espere otra vez. Sabemos que las otras aseguradoras afirman lo mismo también, pero en nuestro caso sí es verdad. Verá, a nosotros su seguridad no nos importa: ¿le atropelló un auto?, no nos importa; ¿va a dar a luz?, no nos importa; ¿tiene cáncer?, definitivamente no nos importa. Lo único que nos importa de usted es su dinero.
Por supuesto no pretendemos que nos lo regale. Por eso a cambio le ofrecemos una variedad de planes de salud que le brindarán asistencia cuando más lo necesite. ¿Son nuestros planes mejores que los de la competencia? En esencia son lo mismo.
Se habrá dado cuenta, entonces, qué es lo que nos diferencia del resto. Efectivamente, es nuestra brutal honestidad. ¿Pero es eso suficiente como para que nos escoja? Desde luego que sí.
Piénselo bien. Usted y nosotros sabemos que a las otras aseguradoras lo único que les interesa es su dinero también. Entonces, ¿no le parece que se burlan de su inteligencia promocionándose como entidades altruistas? Y si usted ya cuenta con un seguro privado, ¿no le revienta cómo le muestran diapositivas llenas de confusas estadísticas sólo para justificar un alza en la póliza? En nuestro caso, se lo decimos de una vez: todos los años aumentamos nuestras pólizas en mayor o menor medida. ¿Y por qué? Porque amamos el dinero y en este negocio hay mucho. Por eso estamos en él (al igual que la competencia). Así de honestos somos.
Usted quiere salud, nosotros dinero. Usted tiene lo que queremos, nosotros lo que usted: planes de salud, de la misma calidad que la competencia; pero nosotros no lo trataremos como un tonto ni le haremos perder el tiempo. Anímese y recuerde nuestro lema: “la seguridad de nuestros clientes es lo primero… siempre y cuando estén al día en sus pagos”.

***

Banco para emprendedores

Aquel hombre luce humilde con su camisa a cuadros manga corta en comparación con el representante del banco que viste un impecable terno. Están en el cubículo de éste último, en el banco, y aquel hombre le está contando que no está resignado a la vida precaria que lleva, que quiere progresar y ofrecerle lo mejor a su esposa e hijos, que tiene planes y objetivos, que quiere abrir un pequeño negocio. Es en definitiva un emprendedor, y en su rostro uno puede ver esperanza. Obviamente, necesita de un préstamo para iniciar su proyecto.
En todo momento el representante del banco lo escucha muy atento, y en su rostro se puede ver cómo las palabras de aquel hombre lo van conmoviendo. Finalmente es su turno de hablar: “señor, no se preocupe, le daremos el préstamo”, dice. Entonces se ponen de pie y se dan la mano, pero no pueden contenerse y se abrazan efusivamente.
El presentador aparece frente a la cámara, mirando la escena reciente. “Hermoso, ¿no?” le pregunta al televidente y continua: “Así es nuestro banco. Ayudamos a los emprendedores a salir adelante facilitándoles prestamos prácticamente de inmediato, con insuperables tasas de interés”. Ahora se ve a varias personas ingresando a las instalaciones de la entidad bancaria, interactuando con otros representantes, abriendo luego sus negocios: una ferretería, una bodega, una farmacia, atendiendo a muchos clientes, solicitando más mercadería, progresando…
Se regresa entonces al cubículo del banco donde aquel hombre y el representante al fin dejan de abrazarse, y en ese momento el hombre de terno le dice al de camisa: “sólo una cosa más”, y se apagan todas las luces y sólo una lo ilumina, apuntado desde abajo a su rostro el cual ya no muestra un semblante amable sino siniestro; su voz adquiere un tono amenazador: “si no nos paga a tiempo le romperemos las piernas en frente de su esposa e hijos”. De inmediato la iluminación vuelve a la normalidad y el hombre de terno se muestra más angelical que nunca. El hombre humilde no puede salir de su estupor.
“Estos son algunos testimonios” dice luego la voz del presentador y se muestran testimonios de emprendedores satisfechos. Todos no tienen más que palabras de agradecimiento para el banco; el último aparece apoyado en unas muletas: “sólo un mes me atrasé en pagarles, y aunque los doctores aseguran que jamás volveré a caminar como antes, ni mucho menos correr, no tengo ni una sola queja. Gracias por ayudarme a realizar mis sueños y los de mis seres queridos”, y feliz posa con su visiblemente traumatizada familia.
“Permítanos ser parte de su progreso”, dice el presentador quien vuelve a estar frente a la cámara y concluye: “no le fallaremos, así como nosotros esperamos que usted que no nos vaya a fallar… no le conviene”.

domingo, 14 de agosto de 2011

Hoy encontrarás el amor

Sebastián no estaba seguro si era la cuarta o la quinta vez que faltaba a sus clases de inglés. Le era complicado llevar la cuenta porque en esos días hacía lo mismo, que no era mucho porque no se podía hacer mucho entre las 7 y las 8:30am: bajaba del bus al frente del cine Pacífico, en Pardo*, caminaba hasta la municipalidad de Miraflores, cruzaba Larco*, compraba el Trome en el kiosco de esa esquina, y caminaba por la avenida hasta llegar a Larcomar, donde se sentaba en alguna banca y se ponía a leer el periódico. Así que, no siendo su sexta falta en el mes, podía repetir la misma rutina esa mañana sin tener que preocuparse de que el Británico lo reprobara. Además, era viernes.
El sol no quemaba a esas horas y la brisa del mar era fresca. Otra vez el buen ambiente y tranquilidad del parque lo invitaban a reflexionar seriamente sobre su vida a sus 23 años de edad, pero otra vez también se negaba a hacerlo abriendo el periódico en la sección de chismes del espectáculo: “CONMIGO PERDIÓ LA VIRGINIDAD”, clamaba una vedette refiriéndose a una joven promesa del futbol nacional. Era el titular principal de la sección que Sebastián leía siempre sonriente por la extravagancia de los personajes y de los hechos, y por el lenguaje coloquial de la redacción, sin importarle la veracidad o falsedad de las noticias. Aunque más pícaro en esas páginas, ese lenguaje no era exclusivo de la sección de farándula, sino una constante en todo el diario.
Luego era el turno de los deportes y después de los deportes volvía a la primera página. Desde ahí, y en orden, empezaba a leer el resto. Siempre dilatando el tiempo, exagerando las pausas en las comas, puntos, y puntos y comas, no dejaba nada de lado; hasta los anuncios publicitarios los leía con detenimiento, especialmente los que se agrupaban bajo el título de “SERVICIOS PERSONALES”. Estos anuncios publicitaban más o menos lo mismo: nombre de la chica, tarifa, teléfonos, distrito, avenida y cuadra de referencia, pero casi nunca la dirección exacta; unos venían con fotografías, supuestamente reales, y otros no. “A ver, qué hay en el menú para hoy”, decía Sebastián sarcásticamente, como si tuviera todo el dinero del mundo. Y ese viernes el “menú” era (fijándose sólo en nombre, tarifa y distrito): Shirley, 25 soles por media hora, Lince; Señora Susy, 20 soles por media hora, Los Olivos; Lizy, 60 soles por una hora, San Borja… y así los iba leyendo, dándoles visto bueno o malo dependiendo de la lejanía de los distritos. Hasta que vio uno que decía Keyra y que venía con foto; la de la mismísima Keyra Agustina, diosa amateur del internet por entonces. “Si fueras la verdadera Keyra no cobrarías 30 soles”, pensó Sebastián.
Entonces, previa resolución del crucigrama, llegaba a la penúltima página. En ésta estaban la sopa de letras, que resolvía también, y el horóscopo, que leía con ánimo de burla. “Bah”, exclamó Sebastián y se preguntó “¿quién escribirá estas huevadas?”, cuando leyó su signo: “Escorpio: no cierres tu corazón y hoy encontrarás el amor”.
Vuelta de página y cubriendo casi la totalidad de la última: “Las malcriadas”; la fotografía de alguna vedette vestida con menos que poca ropa y en posición sugerente. Sin vergüenza, Sebastián se tomaba más que un par de minutos para analizar a “la malcriada” del día, y lo hacía con su ojo crítico de experimentado onanista. 
Eran las 8:15am, y Sebastián, complacido y sin prisa, emprendió el camino hacia el paradero del bus que lo llevaría de regreso a su casa.

***

Vi, satisfecho, que mi reloj marcaba las ocho y cuarto de la mañana. Los quince minutos que faltaban para las ocho y media los podía hacer, fácilmente, caminando despacio hacía el paradero del bus, y llegar así a la hora adecuada a mi casa, en Magdalena, sin que nadie sospechara que otra vez había faltado a mis clases de inglés. El Británico, donde estudiaba con la esperanza de algún día hablar con el acento de James Bond, te daba la oportunidad de faltar hasta cinco veces en el mes; pero una más y te anulaban el ciclo (que duraba un mes, precisamente). Ese mes me había matriculado en el local de Miraflores, y no estaba seguro si ese día era mi cuarta o quinta falta, pero la sexta definitivamente no. Así que, luego de otra agradable mañana de verano leyendo un periódico, cómodamente sentado en una banca del parque de Larcomar, me paré dispuesto a dar inicio mi regreso a casa.
Entonces escuché unas voces gritando mi nombre.
Giré hacia donde provenían esos ruidos y vi, a varios metros, a dos personas agitando sus manos. Sólo cuando se acercaron pude reconocer quiénes eran: José y Regina, dos compañeros de ese ciclo en el Británico, de veintitantos años como yo.
-¡Ajá¡ Tirándote la pera- dijeron casi al unisono.
-Ya somos tres- respondí desagradablemente sorprendido.
-¿Ya te vas? Aún no son las ocho y media- dijo Regina, y ambos se sentaron en la banca, dejando un espacio. José, con un gesto, me invitó a sentarme, y lo hice.
Empezaron a contarme de que ellos no estaban tirándose la pera precisamente, si no que su situación era más complicada. Yo no sabía si eran enamorados o si había algo entre ellos dos, sólo recordaba haberlos visto siempre juntos en clases y que se conocían de ciclos anteriores. Sentados ahí, frente a mí, tampoco vi abrazos ni manos tomadas ni besos. Me caían mal, y en clases traté siempre de apartarme de ellos respondiendo a sus intentos de socializar conmigo con ironías e indirectas, pero pronto comprendí que era pésimo haciendo ironías e indirectas, porque a ellos les causaban mucha gracia, y así termine cayéndoles muy bien.
Poco a poco sus sonrisas iniciales fueron desapareciendo mientras sus semblantes se mostraban cada vez más serios. No les estaba prestando atención pero era obvio que lo que me estaban contando los preocupaba y mucho. Sólo puedo decir que venían de un hotel y que no querían regresar a sus casas. ¿Habían escapado o los habían expulsado de sus hogares? Por ahí iba su historia, la que a mí no me importaba.
-Tienes algo de dinero que nos puedas prestar… es para alquilar un cuarto hoy- me preguntó José – Un sol al menos, no importa.
-Pucha, sólo tengo para el bus- mentí, y les di el periódico que había comprado.
Vi que eran más de las ocho y media y me despedí preguntándoles si es que los vería en clases al día siguiente. Me miraron confundidos y recordé que el día siguiente era sábado. Me fui sospechando que el lunes nos encontraríamos nuevamente en clases.

Ese fin de semana de alguna forma u otra se había resuelto su problema, porque el lunes los vi de nuevo en el aula, felices, sentados uno al lado del otro como siempre. A la salida se acercaron a darme explicaciones, y mientras lo hacían, en mi mente trataba de sacar la cuenta si es que el viernes había sido mi cuarta o quinta falta.

NOTAS:
Pardo: Av Pardo
Larco: Av Larco

domingo, 7 de agosto de 2011

Snif, snif

El papá de Javier era un comerciante que logró ser exitoso a pesar de sólo tener secundaria completa. Sus bajas calificaciones y falta de medios le impidieron asistir a alguna universidad o instituto. Pero, lo que carecía en formación académica y dinero, lo compensaba, y con creces, trabajando. Empezó desde muy joven, en plena adolescencia, y desde abajo: hacía encargos, llevaba cosas de un lugar a otro, limpiaba donde se le ordenara. Pero no se conformaba con simplemente cumplir con sus obligaciones, se preocupaba también en aprender más sobre cómo funcionaba el negocio en cada centro de trabajo al que iba; conocimientos que, con el pasar del tiempo, le permitirían conseguir mejores puestos laborales. Hasta que, con casi treinta años de edad, una esposa y un Javier infante, sintió que tenía la experiencia suficiente para iniciar su propia empresa; y lo hizo. Los primeros años prácticamente no se movería de la capital: sus socios y clientes eran en su mayoría de Lima, pero poco a poco, conforme obtenía más contactos en otras regiones, empezaría a viajar más seguido; a veces por unos días, otras por un par de semanas, pero no más. Sin embargo su último viaje no fue así. Cuando había pasado más de un mes, por teléfono les decía a su esposa y tres hijos que tenía un gran negocio entre manos, que le tuvieran paciencia y que los extrañaba mucho; y le prometió a Javier que de todas maneras llegaría para su décimo cumpleaños.  Cuando pasaron dos meses, ya no quería hablar con sus hijos, sólo con su esposa. A veces Javier y sus hermanos se escondían cerca para poder escuchar de qué hablaban, y fue en esos momentos en que notó que su mamá ya no conversaba afectuosamente con su papá, sino cada vez más enojada. Hasta que un día ella colgó con furia el teléfono y empezó a llorar. Javier y sus hermanos salieron de donde estaban escondidos, muy asustados.
-“Su padre no va a volver, niños”, nos dijo mamá tratando de contener el llanto- dijo Javier y se le resquebrajó la voz -nos acercamos a ella, nos abrazamos, y lloramos juntos- continuó y empezó a sollozar - eso fue hace cinco años, y desde entonces poco o nada sé de mi papá… yo lo admiraba… lo admiraba mucho…- diría antes de entregarle el micrófono al padre Clemente. Éste le devolvió su vela y Javier retornaría a su sitio mientras el sacerdote retomaba la palabra.
Sebastián siempre había pensado que Javier era un chico arrogante por sus habilidades atléticas y simpatía entre las chicas, pero ahora, luego de escuchar su testimonio y viéndolo cabizbajo recibiendo palmadas en los hombros por quienes lo rodeaban, no supo qué pensar. Por un instante se sintió tentado a identificarse con él por compartir ambos historias familiares parecidas, pero, entonces, recordó su soberbia y sus patanerías,  y rápidamente desestimó ese y otros sentimientos solidarios. Concluyó que Javier no era más que otro chico arrogante, pero con una historia poco feliz de fondo. “Snif, snif” murmuró, burlonamente.
Cuando el siguiente alumno pasó al frente y tomó el micrófono, supo Sebastián que la situación iba a empeorar.
Toda la promoción 99 (ahora en 4to de secundaria) del colegio salesiano Rosenthal estaba reunida en uno de los salones de la casa de retiro Alvernia, en Cieneguilla, en el límite este de Lima. El salón era grande, las luces estaban apagadas y cada uno de los alumnos tenía una vela encendida. Los asientos habían sido retirados previamente, así que estaban sentados en el piso formando un semicírculo alrededor del padre Clemente, quien se encontraba de pie, cerca a una de las paredes, y era el responsable de ese retiro espiritual. El retiro había empezado dos días antes y esa noche era la última.
El salir a hablar no era un acto obligatorio; el padre Clemente, entre reflexión y reflexión, invitaba a que los alumnos voluntariamente compartieran testimonios de vida, mientras como música ambiental, proveniente de una modesta radio casetera (sobre la mesa que estaba detrás del padre, el único mueble en la habitación), sonaban tristísimas canciones religiosas.
Entendió Sebastián que nada era casualidad, y que todo iba de acuerdo a un plan, el que había empezado cuando el hermano Alejandro, asistente del sacerdote, le entregaba un sobre a cada uno de los estudiantes al inicio de la velada espiritual.
-Son cartas escritas por sus seres queridos- explicó el padre Clemente.
La de Sebastián provenía de su madre, quien en pocas palabras le decía estar orgulloso de él por sus notas y comportamiento, y que nada tenía que reprocharle. Minutos después de haberla leído, y que el hermano Alejandro terminara de repartir las velas, se apagaron las luces y, conforme las velas se fueron prendiendo, notó Sebastián el cambio en los rostros de sus compañeros: había desaparecido completamente cualquier atisbo de picardía; todos estaban completamente serios. Obviamente, las cartas no habían sido muy felices para ellos.
Divorcios, separaciones, abandonos, maltratos, falta de afecto, de comprensión; los testimonios continuaban y las emociones fueron aflorando hasta que llegó un punto en que varios ya no intentaban ocultar su llanto, lo que provocaba en Sebastián que su apatía, incomodidad, y desapego hacia sus compañeros creciera, y también su escepticismo; le costaba creer que lo que estaba viviendo en ese momento era algo real. Apenas se conmovió un mínimo cuando sus amigos más cercanos salieron también a contar sus historias; hubiera preferido no haberse enterado de detalles tan personales.
Entonces Guillermo tomó la palabra:
-Yo no vengo a hablar de mis padres; ellos están bien. Estarían mejor si es que yo les llevara mejores notas, pero en general están bien. Pero sé que no sería así si les contara todo lo que me pasa en el colegio. Ustedes saben a qué me refiero. Tal vez les de risa ver cómo me golpean, cómo me agarran de punto de sus bromas y burlas. Yo incluso también a veces me rio, pero si lo hago es por frustración; ya no se qué hacer, créanme, no es gracioso. No voy a decir nombres, ustedes saben de quienes hablo, y ellos lo saben muy bien también. Y a ellos les quiero decir que deseo y ruego con toda mi alma que el retiro les haga cambiar; yo estoy dispuesto a perdonarlos…
Sebastián los buscó con la mirada. Estaban en grupo, cabizbajos.
Como ya no hubo más voluntarios, el padre Clemente le pidió al hermano Alejandro que detuviera la música y al alumnado que se pusiera de pie y  apagaran sus velas. En la oscuridad total empezó a rezar, pero no recitando oraciones clásicas como el Padre Nuestro o el Ave María. Empezó diciendo “Señor…” y continuó con una oración que mezclaba plegarias y discurso motivacional, muy bien articulada y perfectamente medida en su ritmo de crecimiento de intensidad y optimismo; si hubiera exclamado varias veces “¡aleluya!” cualquiera hubiese pensado que más que un cura católico era un pastor evangélico. Luego de decir “amén”, mandó a que se prendieran las luces y a poner de nuevo la música, pero esta vez el tono de la misma ya no era sombría ni reflexiva, sino de celebración, y de inmediato empezaron los abrazos entre los alumnos, palmadas en las espaldas y hombros, estrechamientos de manos. Aunque no le gustaba para nada esa escena de un montón de muchachos llorosos dándose consuelo, Sebastián se sintió aliviado porque eso sólo podía significar el final de la velada. Le fue inevitable dar muestras de afecto a quienes estaban a su alrededor, y así, poco a poco, fue en busca de sus amigos para abrazarlos, y lo hizo como quien cumple mecánicamente un contrato o reglamento. De reojo vio como los abusadores de Guillermo le pedían disculpas.
La semana siguiente los profesores notaron el cambio en el comportamiento de la promoción 99, y bromeaban preguntando cuándo volverían las cosas a la normalidad. Sebastián se preguntaba lo mismo y la respuesta la obtuvo casi dos semanas después, cuando vio cómo, en el recreo, a Guillermo se le despojaba de su merienda por los mismos alumnos de siempre, entre ellos Javier. 
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